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martes, 17 de abril de 2007

Pequeña Serenata Nocturna


El cielo preñado de nubes anuncia lluvia, esa lluvia tan molesta y melancólica que es parte integrante del paisaje penquista otoñal. El día se retira y arriba ocurre un fenómeno: comienza a oscurecer. Las calles se despoblan lentamente de ciudadanos y ciudadanas que regresan al hogar. Las mesas y sillas de algunos cafés comienzan a guardarse. Las vías principales contribuyen en algún grado, con la contaminación emanada de los tubos de escape de la docena de buses que en fila, se rozan los parachoques con indiferencia.

Anochece en la ciudad, Concepción la bella, y algunos bares que en el día languidecen, comienzan a llenarse de “habitues”. Pequeños locales sin cromo ni mucho plástico. Pocas mesas, todas ocupadas, paredes rugosas, baños minúsculos con las habituales inscripciones obscenas, credos teológicos y frases vengadoras. Al cruzar el umbral se percibe el “perfume” que emana de toda esa humanidad y que parece ondear en el ambiente húmedo que más que respirarlo, se bebe. La ropa se pega al cuerpo y hasta los próceres que figuran en los billetes se ven grasosos. El murmullo es incesante, pero por un extraño fenómeno acústico cada mesa y sus comensales mantiene la intimidad sonora como si lo conversado se negara a salir del microcosmos que conforman.
Toda nueva generación que llega a la urbe a copar las universidades e institutos profesionales piensan (sí, algunos piensan) que la vida nocturna es inventada por ellos o que forma parte de sus respectiva malla curricular como ramo optativo. Pero la verdad es que el “carrete” ha existido desde siempre, con otro nombre eso si. Baco o Dionisio es el santo patrono de todos los carreteros del mundo y desde esa época que la gente se reúne en su nombre. Hasta el cristianismo tiene sus historias etílicas como la de Jesús transformando -maravilla de maravillas- el agua en vino. ¿O acaso la Ultima Cena no fue un gran carrete de despedida?.
En Concepción, la beoda años atrás, se hablaba de la bohemia y aún existen antiguos locales con los mismos fieles y distinguidos clientes. Locales que conviven amigablemente -a veces son vecinos- con los tantos nuevos, hermanados en el copete. Cambian los rostros pero se mantiene el objetivo. A saber: conversar temas profundos que tienen el mismo espesor de la cerveza ingerida…y se van tan rápido por el caño como esta misma conversación. Charlas que son como los dientes de prótesis:
llenos de material inorgánico. Hacer nuevos hermanos de la cofradía dionisiaca, adormecer los sentidos, liberar el cerebro del pensamiento lineal y hacer la vida más interesante, casi significativa. Y por último -o en primer lugar- el objetivo más noble de todo quehacer humano: conocer mozuelas para
llevarlas al río (“una buena muchacha de casa decente no puede salir”).  Objetivo que se cumple en forma directamente proporcional -casi un axioma matemático- dependiendo del talento para-acepten el juego de palabras -"emborrachar” la perdiz y los grados alcohólicos de la victima en cuestión. El amor en los bares esta a la distancia entre un beso y una cerveza.  Ronald.

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